Por: Dr. Jezer Ivan Lezama Mora, Médico Infectólogo e Internista. Hospital General de Zona 32 IMSS / Clínica Especializada Condesa.
Esta primera mitad del 2020 nos puede hacer reflexionar sobre la forma de vida que llevábamos en la era Pre COVID-19. La globalización y una forma de vida “normal” en donde prevalece el egoísmo, la falta de empatía y la fragmentación de la sociedad nos han enseñado que la idea del bien común es una falacia. También nos mostró lo frágiles que todos somos, y que nuevamente un sector de la sociedad menos favorecido es el que paga las consecuencias de una cadena de errores compartidos por todos los que vivimos en este planeta.
Al menos en México, debemos aceptar que nuestra cultura de comer alimentos con alto contenido de carbohidratos y grasas con poco aporte nutricional han provocado cifras de obesidad (72.5% en adultos, ENSANUT 2018), hipertensión (18.4%, 15.2 millones de personas, ENSANUT 2018) y diabetes (10.3 %, 8.6 millones de personas, ENSANUT 2018) muy alarmantes desde hace algunos años. Pero, por otro lado, la falta de una estrategia sólida para la mitigación adecuada de la transmisión comunitaria de COVID-19, ha provocado hasta el día de hoy más de 32, 000 muertes y seguro aumentará en los siguientes días.
Es conocido que el foco rojo de transmisión en la Ciudad de México es Iztapalapa y la GAM en el norte, zonas donde hay alta tasa de pobreza urbana y donde también se ha reportado el mayor número de muertes. Un ejemplo internacional es lo que está sucediendo en Nueva York, en donde la carga de mortalidad más alta se encuentra caracterizada por afroamericanos y latinos.
Otro grupo históricamente vulnerable son las personas que viven con VIH (PVVIH), quienes desde hace más de 4 décadas nos han demostrado el ejemplo fehaciente de la adaptación y resistencia en una sociedad que no visualizaba el dolor y la pena segregada que desencadena auto estigma, rezago social y discriminación. Como en estos tiempos el dolor se globalizó, así como la soledad, la ansiedad y la desesperanza; podemos aprovechar estos sentimientos compartidos para replantearnos como queremos funcionar como una nueva humanidad.
Aun así, las PVVIH se han visto escasas dentro de hospitales de atención a COVID-19 generando muchas hipótesis al respecto. Cómo grupo considerado “inmunosuprimido” ¿porque no lo vemos reflejado en las estadísticas, al menos no en la proporción como esperábamos?, ¿la terapia antirretroviral protege a nuestros pacientes de enfermar comparado con la población general?, ¿será que las conductas aprendidas de nuestros pacientes, generadas por la desinformación y auto estigma -como el aislamiento social y las precauciones al momento de compartir objetos personales- habrán protegido a nuestros pacientes?
Lo que sí sabemos es que la infección por VIH no parece alterar el curso del COVID-19, y al menos en mi práctica diaria la mayor parte de mis pacientes con COVID-19 y VIH son leves, y pueden ser monitorizados ambulatoriamente por telemedicina. Habrá que esperar datos más duros respecto al papel del tenofovir en la prevención de la infección por SARS-CoV2.
En el hospital donde laboro, que es una unidad de referencia 100% COVID desde su apertura el día 27 de abril y hasta el 30 de junio, hemos tenido 801 ingresos de pacientes con COVID-19 moderado-grave; y de todos ellos sólo hemos tenido 1 paciente con VIH en tratamiento antirretroviral supresor, que presentó características de enfermedad crítica. El paciente contaba con tenofovir dentro de la terapia antirretroviral supresora.
Como sociedad debemos enfrentarnos a este proceso de resiliencia para adaptarnos a vivir a esta nueva era de la humanidad, y probablemente tenga efectos benéficos en como percibimos la tragedia ajena y podamos actuar oportunamente para evitar una vez más el dolor globalizado que estamos superando; o ¿será que como seres humanos imperfectos cometamos los mismos errores en futuras pandemias? Sólo el tiempo nos dirá la respuesta.