Por: Dra. Adriana Rodríguez Contreras, Psiquiatra.
Sanamente.mx.- Ser médico implica muchas cosas -la medicina es un arte, así la han definido nuestros maestros-, ya que se requiere además de cierto talento, una serie de criterios para poder ejercerla adecuadamente, la mayoría de nosotros ingresamos a esta carrera con una idea altruista y hasta el pensamiento mágico y narcisista de que tenemos la posibilidad de ayudar a otros, y de abatir los sufrimientos que vive la humanidad. Al salir de la carrera es cuando empezamos a experimentar el sabor múltiple de las consecuencias de nuestros actos, que es muy dulce y satisfactorio cuando tenemos éxito, pero está también ese sabor agridulce al tratar con enfermos que sabemos que no obtendrán una cura completa, y que tal vez solo alcancemos el alivio de los síntomas sin poder detener la historia natural de la enfermedad, donde esta condición de incertidumbre culmina en una variabilidad de reacciones tanto del paciente como de sus familiares, que van desde la conducta más amable agradecida y comprensiva, hasta llegar a agresiones o amenazas de muerte, por resultados que están fuera del control de la intervención de médico.
En esta pandemia todos estos factores se han amplificado, llevándonos a terrenos desconocidos tanto en lo técnico como en las habilidades de comunicación. Como profesional de la salud he dicho miles de veces que prefiero ser psiquiatra que mamá; ya que en medicina hay manuales y guías que te dicen que hacer, a diferencia del reto cotidiano de ser padre, que te va llevando a nuevos retos conforme van cambiando las necesidades de tus hijos y es ahí donde se experimenta la pérdida del control y tienes que ser muy creativo en la toma de decisiones, incluyendo el autocontrol de tus impulsos, premisa que esta pandemia me ha tirado completamente al suelo. Estamos ante una enfermedad que desde el inicio de año ha sonado amenazante, que no conocíamos y que seguimos sin conocer del todo, reconociendo que existe un gran cumulo de información que aún no permite definir su alcance, su patrón clínico de comportamiento agudo o crónico, secuelas a mediano y largo plazo, así como tampoco un tratamiento efectivo y oportuno, además de los intentos desesperantemente fallidos en el desarrollo de una vacuna segura y efectiva aun con la avanzada tecnología con la que se cuenta en la actualidad.
Esta incertidumbre nos ha llevado a modificar nuestra manera de trabajar, sacándonos de lo cotidiano a un escenario car- gado de miedo a ser contagiados, y el llevar en la espalda el compromiso de no llevar la enfermedad a nuestras casas, esta carga de responsabilidad en particular lleva un desdén extra; por que convivimos con el SARS-CoV2 día a día, y no sabemos en qué momento podríamos convertirnos en portadores asintomáticos. Para el clínico ese peso no está alienado de la opinión social de ser un riesgo sanitario potencial, esta lógica propia del sentido común es difícil de negar en momentos de duda y temor, por lo que no es de extrañarse una segregación basada en el pánico en las esferas cercanas de la vida diaria, por considerarnos un riesgo de infección, esto ha dado apertura a un complejo comportamiento donde los héroes de la atención sanitaria son estigmatizados como foco de infección, siendo agraviados por la población a la que se comprometió ayudar; siendo bañados con cloro, discriminados al solicitar algún servicio, invitados a retirarse de los establecimientos y agredidos en los transportes públicos, condición que pare- ce más propia de novela, agria y sin sazón, que fomenta el rechazo, la inconformidad, la tristeza, incrementándonos la percepción de soledad y aislamiento que termina en una gran frustración, al ver que además la cuarentena y las medidas sanitarias son ignoradas por la población.
Esta falta de percepción del riesgo por parte de la sociedad, que se refresca día a día con la soberbia de una población aventurada al “no pasa nada”, que disfruta su ceguera sin el más mínimo interés de evitar la saturación de las unidades médicas y las consecuencias de ello, donde visionan un sistema sanitario esperanzador -pero que fácilmente puede ser sobrepasado-, y que nuevamente pondrá al personal sanitario a llevar el estigma juez que determina que paciente tendrá o no ventilación mecánica, o acceso a una cama de cuidados intensivos, en base a argumentos técnicos, éticos y morales, que pese a estar bien articulados se incrustan en el ánimo del clínico, que ponen en estrés cada una de las creencias y esencias humanas.
Este panorama desde la perspectiva de un integrante de los ser- vicios de salud resulta realmente deprimente. Son ya muchos meses de lucha, muchos de nosotros ya hemos sido infectados, hemos padecido el sufrimiento de nuestros compañeros, la perdida de muchos de ellos; así como hemos visto caer enfermos a nuestros familiares, familiares de nuestros compañeros y amigos cercanos. Sin dejar de mencionar la gran responsabilidad de cuidar la salud mental de nuestros compañeros de trabajo; implementando en los centros de atención programas adicionales como la capacitación de técnicas de control de stress y métodos como mindfulness, que muchos de ellos no utilizan o descalifican, tal cual se tratara de artilugios pertenecientes a ciencias ocultas o chamanismo, que a su vez refuerza la imagen -poco basada en evidencia- de lo que los psiquiatras hemos ofrecido a la ciencia, ya que se desconoce la utilidad clínica de estos.
Dentro de las estadísticas del personal de salud; quienes laboran directamente en la atención de COVID-19 –de acuerdo a estudios hechos en Wuhan-, hasta un 50.4% han presentado síntomas depresivos, y en un 44.6% síntomas de ansiedad, insomnio en un 34% y sensación de stress hasta en un 70%. Los grupos más vulnerables incluyen a aquellos con enfermedades mentales preexistentes, y quienes inician con malestar mental en respuesta a ansiedad y a la sensación de soledad alrededor de la pandemia, otros factores son la dificultad o perdida de la atención a la salud mental durante la pandemia y la perdida de acceso a actividades positivas, trabajadores de salud en con- tacto con el virus y expuestos a eventos traumáticos como la misma muerte -pacientes graves y moribundos-, así como tener que tomar decisiones que estriban entre la vida y la muerte de las personas, son factores de muy alto riesgo para presentar respuestas de stress.
Con esta panorámica es pertinente tomar medidas, como lo son; la información sobre el impacto de la pandemia, el implementar medidas de prevención para reducir el impacto de el stress que ha incrementado durante la pandemia en el gremio dedicado a la salud, el practicar ejercicio, tener una dieta balanceada preferentemente del tipo mediterránea -tal cual se recomienda en estudios recientes-, aplicar dentro de las rutinas diarias algunas técnicas de control de ansiedad, así como mindfulness, actividades recreativas conforme los semáforos lo permitan, acudir a fuentes de información adecuados sin sobresaturarnos con in- formación alarmista o errónea, así como conocer los focos rojos a identificar cuando es que se requiere atención especializada, trabajando sobre todo en el estigma que el propio profesional de salud tiene acerca de convertirse en un paciente psiquiátrico, pudiendo vencer el narcisismo autoimpuesto que nos remarca la obligación de ayudar a otros y la ausencia de la necesidad de ser ayudados.