Por: Dr. Acad. FAES Mario A. Alonso Vanegas Presidente de la Región Latinoamericana de la ILAE y Miembro del Comité Ejecutivo de la ILAE
LaSalud.mx .- De la misma manera que la enfermedad es –en ocasiones- la peor de las desgracias, la marginación, la segregación y la discriminación generan aislamiento y soledad: esto puede ser la peor de las desgracias que acarrea la epilepsia.
Como cada año desde 2015, nos reunimos el segundo lunes de febrero para alzar la voz en nombre de los más de 50 millones de personas con epilepsia a nivel mundial, muy especialmente en México y nuestra región latinoamericana. Es un honor y un orgullo para mil servir de salvoconducto y utilizar mi voz como presidente de la región latinoamericana de la Liga Internacional Contra la Epilepsia (ILAE) este día y exponer la problemática que envuelve a la epilepsia. Comparto con ustedes estas líneas convencido de que tal vez es solo un día más, un día “como todos, pero también como cada uno”, en el que agradecemos estar vivos y poder trabajar, como para un paciente puede ser un gran día un día sin crisis, un día “como todos, pero también como cada uno” en el que sentamos la carencia y la problemática de nuestros pacientes y la necesidad de contribuir.
Si pudiéramos representar la epilepsia como una entidad viva, quizá podríamos imaginarla como la hidra de las 1,000 cabezas, por sus múltiples aristas y facetas, sus manifestaciones clínicas y la magnitud devastadora de lo que representa en nuestra sociedad. En el camino de esta singular enfermedad abundan a veces topes y baches, en otras abismos profundos y oscuros, contribuyendo a la falta de conocimiento y capacitación del personal de salud, la carencia en el acceso a los servicios de salud, los altos costos de los fármacos antiepilépticos y la tardía referencia a centros de atención especializados. Por otro lado, exacerban la problemática, la falta de difusión de información veraz y objetiva tanto para el paciente, como para la sociedad, perpetuando el mal control de crisis, el estigma y las repercusiones biopsicosociales que genera la enfermedad. Considero imperativo insistir en que la falta de educación del personal de salud, del paciente y sus familiares, aunado a una gran carencia e inequidad en los tratamientos y recursos materiales y humanos para atender a las personas con epilepsia es lo que caracteriza el presente y realidad que vivimos en nuestro país y en otros países de Latinoamérica y del mundo.
Este 14 de febrero, día internacional de la epilepsia, nuestra voz se une y expande con un objetivo común independientemente de nuestro origen y circunstancias socioculturales, es imperioso subrayar a la epilepsia como un problema muy importante de salud pública que amerita mayor conciencia, comprensión y resolución. A pesar de las diversas circunstancias culturales, geográficas, climáticas y sanitarias que repercuten en las actividades, el objetivo universal es el deseo de resaltar la epilepsia y llamar la atención sobre la necesidad de una mayor conciencia y comprensión de la enfermedad, la necesidad de un diagnóstico correcto y servicios de tratamiento dignos e individualizados y, por supuesto, la necesidad irrefutable de realizar mayor investigación para lograr mejorar la calidad de vida de todas las personas afectadas por la enfermedad
Como especialistas nos hemos enfrentado a panoramas complejos que provocaron una gélida desesperación ante las gestiones y limitaciones de nuestros sistemas de salud y de nuestros gobiernos, y una sociedad confundida y desintegrada. Creo firmemente que la medicina científica soportada en medicina humanista tiene la mayor posibilidad de contribuir al bienestar biopsicosocial y la plenitud, con la toma de mejores decisiones para la salud de la sociedad entera.
La epilepsia es un problema de salud pública tan importante como muchas otras enfermedades que generan gran impacto y devastadoras repercusiones biológicas, familiares, económicas y laborales. Me compete mencionar la ayuda y colaboración que aún hace falta recibir por parte de toda la comunidad médica, de la sociedad y del gobierno para brindar atención de calidad a estas personas. Es imperativo resaltar que el 80% de las personas con epilepsia viven en países en vías de desarrollo o de renta baja, resultando en una abrumadora cantidad de casos de pacientes, muchos de ellos desposeídos y marginados tanto de los apoyos de atención de salud como sociales. Esta marginación y abandono parece aún más enfática y desgarradora cuando consideramos que toda persona con epilepsia es un paciente potencialmente “curable” y candidato a una mejor calidad de vida.
Con la ayuda constante de todos ustedes podremos caminar con paso firme y avanzar, incrementando el nivel de educación, eliminando la estigmatización y llevando a cada paciente a agotar todas las opciones de tratamiento que se le debe ofrecer. Es día a día, con insistencia y constancia que podremos minimizar esta hidra de 1,000 cabezas, cada uno con sus armas o artimañas para lograr que cada paciente reciba el mejor diagnóstico, manejo y comprensión, incluyendo, en su caso, ser referido con un experto y recibir atención integral con estándares de calidad internacional.