El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) acaba de hacer público el informe sobre el Estado Mundial de la Infancia 2021, en él se registra que casi 16 millones de adolescentes de 10 a 19 años viven con un trastorno mental en América Latina y el Caribe y que el suicidio es la tercera causa de muerte entre los adolescentes de 15 a 19 años en la región.
En la misma línea, un metanálisis publicado en JAMA Pediatrics afirma que los síntomas de depresión se han duplicado en niños y adolescentes en comparación con la época anterior. La depresión se puede prevenir y también tratar, pero para ello hay que percatarse de algunas señales de alarma.
La depresión se puede definir como un trastorno mental que afecta al estado anímico, de manera que la tristeza o la irritabilidad y la frustración interfieren significativamente en la vida diaria durante un largo período de tiempo. Esto dificulta la vida personal, social, escolar o laboral. Es fundamental que sea diagnosticada por un profesional de la salud mental.
En los análisis científicos se consideran factores “de riesgo” el hecho de que algún miembro de la familia consuma sustancias, la presencia de depresión en alguno de los progenitores o dificultades relacionales entre ellos, haber padecido maltrato y vivir otras situaciones de estrés agudo o sostenido, como el acoso o abusos.
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Según la profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), Amalia Gordóvil, cuando los casos de depresión no son detectados y tratados, la consecuencia más grave es que la persona no reciba las herramientas necesarias para gestionar sus emociones y que aparezcan pensamientos de suicidio, que pueden llevarse a la práctica. Aunado a esto, existe un aumento de posibilidades de padecer depresión en la vida adulta o llegar a esta fase de la vida con una baja autoestima que pueda conducir a relaciones tóxicas dependientes, sentimientos profundos de incapacidad o el desarrollo de otras patologías mentales.
Los principales signos de este padecimiento son: cambios en el estado de ánimo más allá de los habituales, que se muestre más irritable en varios entornos cuando esto antes no sucedía, cambios en el autocuidado, como falta de higiene personal, una bajada en su desempeño académico, conductas de riesgo.
Los expertos declaran que una etapa principalmente vulnerable es la adolescencia, ya que, en ella, el desarrollo personal sano pasa por una crisis identidad en que el adolescente busca otros modelos de referencia más allá de los que ha recibido de su familia. Por esta razón es importante trabajar desde la infancia para reducir riesgos.
Entre las medidas que se pueden tomar se encuentran crear un clima de confianza y comunicación sobre las emociones que se sienten y que los hijos reciban modelos saludables de afrontamiento ante las dificultades de la vida. “La mejor ayuda que pueden ofrecer los padres es cuidar su propia salud mental para ser modelos saludables de afrontamiento”, advierte Gordóvil.
Uno de las mayores fallas de los padres es invalidar las emociones de los hijos, pues esto transmite a los hijos que las emociones que sienten no son correctas y no se les da el acompañamiento y la guía que en ese momento necesitan. También existen conductas que ponen en riesgo la salud mental de los hijos: la sobreprotección, debido a que les transmite un mensaje de incapacidad para hacer las cosas; y la exigencia y la falta de valoración hacia las cosas que hacen.
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RGP