Neuro.mx .- Si el suicidio es el ejercicio del libre albedrio, en estricta justicia, es sólo una variante del derecho a la vida, a la propia vida. ¿Qué puede ser más esencial para una persona que decidir si quiere continuar en esta vida terrena? El suicidio, sin embargo, tiene tantas posibilidades como la imaginación alcance. La parte más desconocida en las estadísticas que circulan por todo el mundo, donde podemos ver cómo el suicidio se extiende sin importar la edad ni el país ni la condición social, es el sentir del suicida.
En una sociedad donde los mensajes publicitarios, religiosos y hasta estatales tienen que ver con el “bienestar” social e individual, la felicidad es una carga ineludible. Se habla de ser pleno, de ser un ente satisfecho, y no sólo en lo personal: la felicidad individual debe abarcar todos los campos de su vida: hay que ser completamente feliz con el trabajo, la familia, el ocio, la sexualidad y cuanto uno haga. Si no eres feliz, eres un desadaptado, dicen los mensajes constantes, ineludibles. “Que seas feliz”, puede ser una maldición, más que un buen deseo. Si no eres feliz, no funcionas. Si no funciono, estorbo, especialmente a mí mismo. ¿Cómo se dan esos procesos internos? Con Osamu Dazai (Japón, 1909 – 1948), tenemos una pequeña bitácora de la propia destrucción.
Dazai representa al escritor de contracorriente, tanto en su escritura como en su biografía, plagada de un profundo desconsuelo de la vida y de afán autodestructivo. Además, su insistencia en morir, con actos claramente encaminados a ello, llama a la reflexión sobre la eutanasia y el derecho a morir cuando la persona lo desee, sin necesidad de tener una enfermedad terminal o un sufrimiento físico incurable. Su caso es revelador: si el Estado le hubiera facilitado los mecanismos para el suicidio, tal vez asistido, habría muerto en su primer intento de quitarse la vida, pero no habría estado el resto del tiempo que le permitió crear una obra perdurable, en parte, por retratar ese deseo de la propia desaparición. Un deseo real, buscado con insistencia. Es verdad que hay muchas formas de suicidio (las adicciones del autor son una manera de muerte lenta autoasumida), pero la discusión reside en la postura del Estado ante esta situación. ¿Habría que haber obligado a este escritor notable a tomar terapia para buscar las causas de la autodestrucción? ¿O debería asumir todo Estado democrático que los ciudadanos tienen todo el derecho a morir cuando les dé la gana y que deben estar dispuestos a auxiliarlos? Aquí, por ejemplo, en los intentos de suicidio, podrían haber muerto sus acompañantes. ¿Si el Estado le hubiera auxiliado se habrían salvado esas mujeres?
Entre sus varias obras, destaca “Ocho escenas de Tokio” donde los relatos son claramente autobiográficos. Es difícil precisar si son una crónica exacta de su viaje al suicidio, pero, sin duda permean episodios de su vida, donde el alcohol, los intentos fallidos de suicidio, el uso de drogas y un abandono completo de sí mismo aparecen intermitentemente. La edición de Sajalín editores incluye fotografías del propio Dazai y evidencia que algunos capítulos podrían ser una descripción de esos años terribles que terminaron en su autosacrificio, una suerte de autodocumental sublimado literariamente, pero de exacta descripción de los hechos, al menos desde la perspectiva del literato.
La soledad introspectiva
La narrativa de Dazai, además de conmovedora por suponerla un reflejo de su desdén por la vida y el sufrimiento continuo, apenas atenuado con sus adicciones, es eficaz por su planteamiento literario. Se le atribuye influencia en Yukio Mishima. Tanto logra cierres inesperados, como transmitir la sensación de desasosiego absoluto de los personajes, en reflejo del autor. En los relatos apenas se mencionan los ataques que vivió en la segunda guerra mundial; si bien el panorama donde vive y apenas interactúa con los demás está tocado por los bombardeos y sus consecuencias (en un relato, donde ayuda a un iletrado a retirar dinero del banco, se menciona que la familia de éste falleció a causa de la guerra, pero bien podría haber sido cualquier otra causa), la percepción de estos textos no es que su abandono tenga relación directa con los conflictos bélicos. Pero también sería viable opinar que el autor encarna a esa generación de la posguerra que ha perdido su lugar en el mundo ante la derrota de un país que valora el nacionalismo por sobre casi todo. Sus personajes apenas pueden hablar.
En “delicada belleza”, el hombre del relato va a unos baños medicinales para acompañar a la esposa enferma de la piel. En las aguas compartidas de las albercas descubre, en medio de dos viejos, a una joven de belleza espectacular. El personaje se deleita con su contemplación y apenas puede hablarle. Tiempo después, cuando va a la peluquería y es sorprendido por el barbero, a quien le habla con mucho esfuerzo, descubre a la joven sentada en la ventana. Durante todo el relato, el hombre ha dudado si esa magnífica belleza no será retrasada mental. No le importa: su cuerpo le ha dejado tal impresión que le resulta admirable y no le interesa mucho su condición intelectual. En el colmo del atrevimiento involuntario, le sonríe. Ella se va, pero él se queda contento por tener “una nueva conocida joven y hermosa”. Cuando termina del cortarle el pelo el posible padre de la joven, el personaje se va “fresco, renovado y perfectamente feliz”. Este momento fugaz, esa admiración por la belleza femenina y la dificultad en hablarle al peluquero, evidencian a un hombre limitado, tímido y francamente incapaz de relacionarse en la sociedad en la que vive con dificultades. Esa descripción encaja con el resto de los personajes, donde el autodesprecio y la autocompasión lindan con la autoeliminación.
Quizá lo más sorprendente de su lograda inclinación suicida no es que le fuera insuficiente su talento literario como motivo para vivir, sino que lograra acompañarse de mujeres que lo siguieron en los intentos de quitarse la vida. Al final, en su cuarto intento, se arroja al río Tama con su amante en turno.
Continuamente se proponen sus personajes vivir de la escritura y apenas lo logran, en parte por la bebida y por su modo de vida, sin intenciones de mejorar. En franco guiño autobiográfico, sus escritores sufren la carga de ser hijos de una familia acomodada financieramente. Como Dazai, viven de las remesas familiares, pero no hay dinero suficiente para mantener a un adicto y a sus amantes. En uno de los relatos, se libera de esa carga cuando comprende que su familia ha dejado de ser rica y que muchos parientes han muerto; así empieza a dejar su “irresponsable desesperación”. Es notable que, incluso en sus momentos de mayor consumo, sus personajes tienen la capacidad de comprender sus excesos y cómo le afectan: “yo solo me estaba arrinconando. Los días se sucedían oscuros como las noches. ¡No soy un hombre malvado! Engañar a los demás es vivir en el infierno.”
La soledad de la posguerra
La obra de Dazai plantea el análisis metaliterario. A pesar de que sus personajes no se quejan de la guerra, puede suponerse que ese espíritu sensible y talentoso, aunque no lo diga ni lo esboce, necesariamente se impregna de la desolación de una nación confrontada con la realidad de no ser la potencia que su cultura y su tradición militar le hacían suponer. Se asume la posibilidad de que el inconsciente colectivo, la educación por todos recibida, tenga ese efecto en algunos ciudadanos.
Su personaje vive la desolación sin plantearse la causa de esa tristeza. Simplemente narra que es de las personas que, cuando la vida se complica, piensan en matarse como primera alternativa. La muerte es preferible a enfrentar los retos y las responsabilidades.
Dazai sufrió el abandono paterno y no es el primer escritor que busca atenuar en lo literario el desconsuelo por esa ausencia. Dazai fue admirador de Ryūnosuke Akutagawa, quien también se suicidó. La muerte de este aparente sustituto paternal, al menos literariamente, influyó en Osamu. Hasta su muerte en 1948, el abandono le seguiría: no dudaría en suicidarse y dejar en precarias condiciones económicas a su esposa y 3 hijos, en un extraño tributo al padre que no le dio seguridad. La interpretación para comprender ese abandono de sí mismo, siempre dispuesto a robar y engañar para seguir bebiendo, resulta interminable, pues la biografía habla de un hombre atormentado, pero la producción literaria muestra a personajes llenos de lucidez, ciertos de que todo acabará pronto: sólo están agotados de esperar el fin. Esta dualidad es una de las facetas más atractivas del autor: habla y vive de la muerte buscada reiteradamente, pero sus personajes son seres notables, con lucidez analítica soprendente.
En la fama obtenida poco antes de morir, también proyectó al personaje desesperado del que escribía. En “demonios apuestos y cigarrillos” narra (y documenta con la fotografía relativa) cómo un periódico le pidió se fotografiara con los vagabundos. “¿Por qué me elegían a mí en concreto? Quizá fuese una cuestión de libre asociación de ideas: ´Dazai´. ´Vagabundo´.” En muchos relatos se queja del desprecio de los escritores “tradicionales”; cual extensión del padre ausente. Para quien ha leído el relato que acompaña a la fotografía, resulta de una profundidad conmovedora: el autor que ya es famoso y tiene todas las posibilidades para vivir de su escritura, pero que no tardará en morir, a pesar de ese futuro promisorio, está al lado de unos niños con nulas expectativas similares, pero que están alegres por ese momento de distracción en una infancia abrumadora.
Su eficacia literaria y un ineludible desencanto por la vida, le han dado popularidad hasta la fecha a Dazai, dentro y fuera de Japón.